Selección de textos de Carlos Páez de la Torre (h) publicados en LA GACETA

ANTES

14 de septiembre

Es conocido que la retirada del General Belgrano se interrumpió en Tucumán, donde el vecindario lo convenció de detenerse y dar batalla a los realistas. Desde nuestra ciudad, el 14 de septiembre Belgrano escribió a Bernardino Rivadavia sobre el asunto: “el único medio que me queda es hacer el último esfuerzo, presentando batalla fuera del pueblo, y en caso desgraciado encerrarme en la plaza para concluir con honor. Esta es mi resolución, espero que tenga ventura...”

La soberbia de Tristán

Si bien no estuvo en la acción, el general español Andrés García Camba (1790-1861) se desempeñó en la guerra de la Independencia americana -del lado de los realistas- desde 1815 hasta la batalla de Ayacucho. Recordaba que el jefe realista Pío Tristán “en lo mejor de su edad” y “justamente engreído con el mando de una división hasta entonces vencedora”, avanzó hacia Tucumán “con total desprecio del enemigo, que consideraba muy inferior”.

El escenario

El 22 de septiembre, en su cuartel de Tucumán, Belgrano tomaba las medidas para dar batalla contra los realistas que avanzaban rápidamente. Ya habían dejado el campamento de Trancas y ese día 22 llegaban a Tapia. Belgrano había elegido, como lugar de la acción, el denominado Campo de las Carreras. El historiador Julio P. Ávila diferencia la Cancha de las Carreras del Campo de las Carreras. El primero era “una pista al estilo criollo, que principiaba en la calle Ayacucho y Lavalle, al frente de la quinta de Anabia, y se desarrollaba al oeste por el norte de la plaza Belgrano, hasta dar con la vía del ferrocarril Central Córdoba”. En cuanto al Campo de las Carreras, se extendía a continuación más al oeste, “hasta las inmediaciones del arroyo El Manantial”. Posteriormente, cuando en 1814 José de San Martín hizo construir la fortificación llamada Ciudadela (cuatro manzanas limitadas por las calles Bolívar, Jujuy, Alberdi y avenida Roca) la gente empezó a llamar “Ciudadela” a toda la zona.

El plan de Belgrano

El general Belgrano había programado su estrategia. Tenía la intención de presentar batalla en las afueras de la ciudad, a fin de que la acción no repercutiera sobre la población civil, por una parte: y por la otra, para dejar libre la alternativa de replegarse hacia la zona urbana y resistir desde allí en caso de derrota. Por ello se fosearon las bocacalles de la plaza.

Mala jugada realista

El 23 de septiembre, el ejército realista se preparaba para marchar desde Los Nogales rumbo a la ciudad. El plan de Pío Tristán era hacer creer a los patriotas que atacaría por ese lado, pero el jefe realista modificó el rumbo y no ingresó directamente por el norte. Dice Bartolomé Mitre que “se inclinó a su derecha, como evitando la ciudad, y costeó la margen derecha del cenagoso arroyo de Los Manantiales (El Manantial) buscando un puentecillo. No sabía que Belgrano había cambiado rápidamente de lugar sus tropas y que, desde el lugar por el que marchaba, su fuerza ya era visible para los patriotas”. La estratagema de amagar por el norte había fracasado.

Batalla de Tucumán: a la hora señalada

El valiente vecindario

El general Rudecindo Alvarado se encontraba en Tucumán cuando se supo que Belgrano y sus tropas venían retrocediendo desde Salta y Jujuy. Fue en esos momentos de “melancólica expectativa” que arribó a la provincia el teniente coronel Juan Ramón Balcarce, desprendido del ejército en comisión, y dispuso que “todos entregaran las armas que tuviesen”. Así se hizo. Se entregaron “las escopetas, sables, pistolas y hasta espadines de los cabildantes”.

La onza de oro perdida

La mañana del 24, Pío Tristán cruzó El Manantial para entrar a la ciudad por el sur. En el arroyo había un aguatero, al que Tristán le dio una onza de oro, ordenándole que le llevara una pipa de agua a la casa de José Ignacio Garmendia, donde pensaba descansar al mediodía. Pero le salió la cuenta errada.

LA RETIRADA REALISTA

La retirada realista

Caía la tarde del 24. Pío Tristán había perdido su artillería, le habían matado más de 400 hombres y hecho 600 prisioneros. Por la mañana del 25 Manuel Belgrano avanzó hasta quedar a la vista de los enemigos. A las 2 de la tarde intimó rendición a Tristán. “Las armas del rey no se rinden”, fue la respuesta. Durante la noche del 25 al 26 supieron que Tristán, finalmente, había decidido abandonar el territorio tucumano y retirarse a Salta.

Cuatro historias hablan del legado menos amable de la Batalla de Tucumán

Los primeros partes

Después de la batalla, Belgrano envió dos partes al Gobierno Central. El primero, fechado 26 de septiembre de 1812, era muy breve. Expresaba: “la patria puede gloriarse de la completa victoria que han obtenido sus armas...” Según la tradición, este primer parte fue llevado a Buenos Aires, en un tiempo inusitadamente breve, por el ayudante Gerónimo Helguera. Recién tres días más tarde Belgrano pudo redactar un segundo y más detallado parte. Allí describía la batalla en general, la disposición de sus fuerzas y los sucesos inmediatamente posteriores.

Crítica de un adversario

Francisco Javier de Mendizábal fue un oficial de ingeniería del ejército realista. Le parecía condenable “la confianza con que marchaba nuestro jefe de vanguardia en país enemigo”, y que Pío Tristán -de haber actuado de otra manera- “hubiera tenido tiempo y fuerzas suficientes par formar el plan de ataque para vencer un enemigo inferior”. De este modo, “no hubiera pasado el sonrojo de perder por falta de arte su artillería y municiones”.

Crítica de un adversario II

Para Andrés García Camba, “luego de la desgraciada acción de Tucumán” parecía lo más propio y militar que la vanguardia realista se replegase a Jujuy u otro punto más seguro en la Quebrada de Humahuaca. Pero otras fueron las disposiciones y “el brigadier Tristán se estableció gozoso en Salta, porque no abandonaba la idea de subyugar a Tucumán”.

Todo por la medalla

El general José María Paz narra un serio incidente entre uno de los oficiales patriotas, el teniente de Dragones Juan Carreto, con el arrogante coronel José Moldes. Este acusó de ladrón a Carreto cuando vio que llevaba “un gran cuchillo de monte, con una rica empuñadura, en que estaba asegurada una medalla de oro de las que se habían grabado en honor de Goyeneche, jefe supremo de los realistas. Había requisado el cuchillo al coronel español Peralta. La imputación enfureció a Carreto, quien quiso batirse a duelo con Moldes, lance que impidió el general Belgrano.

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Oración

El 7 de octubre de 1812, 13 días después de la victoria de las fuerzas patriotas, se realizó en la Catedral de Santiago del Estero un solemne funeral por las víctimas de aquel combate. La homilía estuvo a cargo del presbítero Juan Antonio Neirot. Destacó desde el púlpito: “aquel Gran Señor que levanta los pobres del polvo de la tierra para colocarlos entre los principes de su pueblo, que abate la soberbia de los poderosos, que exalta a los humildes y toma a su cargo la protección de los oprimidos, es el mismo que destinó el glorioso día del 24, en que nuestra madre la Iglesia celebra la aparición de la Santísima Virgen, para sepultar en la heroica ciudad del Tucumán la tiranía y la esclavitud en que por espacio de tres siglos estaba sumergida la América”.

Dos meses más tarde

El 24 de noviembre de 1812, desde Tucumán un tal Roque Mescas escribía a su hermana, a Buenos Aires. Comentaba que “esta ciudad de Tucumán es muy graciosa, aunque pequeña, abundante, y de edificios bastante bien formados”. Estaba “viviendo en casa del mismo general” Belgrano, y le parecía oportuno que la destinataria viera en Buenos Aires a Domingo Belgrano, “para que recomiende tus hijos a su hermano el general, por si acaso esto puede influir algo en su felicidad”. En la posdata le informaba que “están llenos de miedo (los realistas); y aunque Tristán no se ha separado de Salta, sus tropas ven correr tras sí la muerte que el 24 de septiembre los comenzó a seguir”.